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Saturday, November 23, 2024
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De cuando Lina Ron nos apedreó

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“Caminábamos por el
centro de Caracas”

 

Una marcha impresionante se dirigía hasta la sede del Consejo Nacional Electoral, a consignar las firmas de millones de venezolanos ansiosos de buscar una salida por la vía democrática. Un pueblo que anhelada poner coto a los desmanes del sátrapa de Miraflores, y su malsana pretensión de erigirse en gendarme de nuestro destino, dejó su temores y recorrió con ímpetu libertario las calles de su capital para mostrarle al mundo el inmenso foso en donde habíamos caído. Faltando siete cuadras comenzamos a percibir movimientos extraños. Unos veinte buhoneros camuflados, sacaron de unos bolsos azules una buena cantidad de piedras y tubos de regular tamaño. Las motos de potente cilindrada daban vueltas en círculos como invitándonos a caer en su celada.

Fueron cercando las cuadras con el veneno de su violencia. Mientras marchábamos hacía las inmediaciones de plaza Caracas, pensábamos, que quizás, aquel dia era el último de nuestras vidas. Las cosas se fueron complicando y el dramatismo se apoderó de todo. Cinco jóvenes de Primero Justicia cayeron al piso ante el avasallante accionar de las bombas lacrimógenas; en medio del tumulto, una mujer enfurecida por su acendrada pasión por el régimen arengaba a sus fieles. Volaban las botellas y aparecieron las piedras en todas direcciones. Cuando cundía el caos originado por vagos y malvivientes, se instauraba el reinado de Lina Ron como una forma primitiva de entender la diatriba política.

Fueron momentos de mucha tensión. Dos bombas lacrimógenas lanzadas por los motorizados de rojo impactaron frente a nosotros, con mucha voluntad pudimos salir de sitio. En medio de aquel episodio, recordamos una calle que conducía al viejo Nuevo Circo. Rebasando un montón de cartones y colchones viejos, así fue que pudimos lograr salvarnos de aquella jauría de energúmenos en busca de sangre inocente.

Jamás olvidaremos a Lina Ron. Aquellos ojos que destilaban odio por el adversario, se transformaron en los brazos que lanzaban piedras y agresiones contra otros venezolanos. Junto a Hugo Chávez es la inspiración de los violentos que no tienen escrúpulos para perseguir al que fuere. Ver la capacidad de esos grupúsculos para arremeter contra los demás, sentir como su frustración patológica trasciende hasta los límites de la puñalada, es algo dantesco para la salud mental de la nación. Un grave riesgo que corre todo ciudadano que piensa distinto al mundo de las telarañas.

Esa confusión entre ser revolucionario o parecerse al malandro de barrio, es uno de los legados que deja el régimen en su transito por el poder. Un conflicto existencial que los hace actuar como verdaderos salvajes.
Muere Lina Ron, creyendo en su proceso de mentiras. Muchos se enriquecieron a la sombra y el ruido de las motos de los violentos. Mientras los vivarachos coronaron espléndidamente bajo el sortilegio revolucionario, otros apenas les alcanzaron para comer canillas rellenas con tomate, cebolla y sardinas de Mercal.

Se enfrascaron en defender a las nuevas tribus que dominan al país. Y terminaron haciéndoles el juego a los pillos mayores.

El socialismo se les pudrió. Los antiguos compatriotas ya no andan en vehículos económicos, sus hermosas camionetotas no entran a los barrios; se avergüenzan de compartir un café en vasitos plásticos. Todo cambió y hasta se marchó aquella que pensó que era posible transformar la vida en bondades para todos; así se extingue una ilusión que no tiene futuro.


Por: Alexander Cambero
alexandercambero@hotmail.com
@alecambero