“Recordando a Rosalinda…”
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El tipo era un botarata que andaba realengo por esas llanuras, seguramente de parranda en parranda y en una de esas juergas se consiguió a la hermosa Rosalinda.
Ella era una mulata de ensueño –según nos relata el poeta Ernesto Luis Rodríguez-, quizás una virgen con pocas primaveras, quien sucumbió ante la imagen de un cantador de corríos y al ceder ante la petición de amor que nunca falta ante una muchacha bonita, ellos pasaron días de encuentros y de amores bañados de pasión, en cualquier parte de un descampado.
El tipo -que no sabemos su nombre- se prendó de Rosalinda con los ojos saltones ante tanto atractivo y esa belleza singular de la mujer joven, fresca, virginal, pícara y dulce que se encuentra en estas tierras de magia. Es decir, que se quedó pegado al olor del amor inesperado como perro maluco que no deja de acosar a su consorte, que a su vez atraviesa un momento difícil de olores hormonales.
Entonces, el tipo le dice a Rosalinda, que recoja sus trapos y se la lleva montada en su caballo como si la muchacha fuera una fruta silvestre. Quizás la hermosa Rosalinda no tenía nada que perder y se atreve sin mirar hacia atrás en tomar la gran decisión de fugarse sin despedirse de nadie, dejando el jagüey a sus espaldas como un viento que se pierde sin retorno. Y se escapa con el hombre que aún no termina de conocer.
Terminan una tarde metidos en un caney lleno de joropo y aguardiente, en aquellos tiempos perdidos de la memoria y el tipo que no sabemos su nombre –como dije- comienza a apostar incontrolablemente, jugando hasta la cobija y quedando “tan pelao” que hasta el sombrero-seguramente, un hermoso pelo de guama-, había cambiado de manos.
El indio que había ganado todos los corotos, seguramente le miraba con la suerte en los labios y brindando aguardiente en medio de la celebración y de la paliza que le había dado al recién llegado jugando a los dados.
En ese momento el tipo, se da cuenta que aún tenía lo mas preciado de sus pertenencias y no era otra que Rosalinda y entonces tomando a puño cerrado los dados levanta su mano y grita: ¡Voy jugando a Rosalinda!
Cosa insólita nunca vista y todo “guelefrito” se acercó para ver el lance. ¿Se ha visto tamaña cosa, que un hombre se juegue a su mujer, en un acto desesperado? Pero, la suerte le mostró la sonrisa y el tipo-que no sé cómo carrizo se llama- no perdió a Rosalinda y recuperó sus corotos.
Al final del cuento, el indio se quedó con las ganas de tener a la mulata, como si un sueño se desvaneciera dejando un sabor a frustración. El tipo se montó en su caballo con Rosalinda sujetada a su cintura: seguramente la hermosa mujer estaba molesta y recriminándole la osadía de jugarla como si fuera un perol. Aquí les dejo el poema de Ernesto Luis Rodríguez y usted mismo se forma su opinión:
ROSALINDA:
Ernesto Luis Rodríguez
Me va con la tarde linda
recordando a la mulata.
Un soplo de brisa ingrata
de la copla se me guinda…
Se llamaba Rosalinda!…
Un romance del jagüey,
que en este llano sin ley
se prendó de mis corríos,
y entre amores y amoríos
me la robé de un caney.
Tenía los senos bonitos
como las rosas abiertas;
su voz en las cosas yertas
fue como el sol de los mitos.
Era apretada de gritos
cuando la tuve al encuentro;
pulpa de amor era el centro
de sus pupilas saltonas,
como las frutas pintonas
que dicen mucho por dentro.
Vino un joropo llanero,
se puso lindo el caney.
Yo jugué mi araguaney,
mi cobija y mi sombrero;
perdí todo mi dinero
-me quedé sin un centavo-,
y para sacarme el clavo
con los nervios amargados,
en la ley de un par de dados
se la jugué a un indio bravo.
Se amontonaron los peones
para ver quién la ganaba;
cada fibra me saltaba
de los soleados pulmones;
se ovillaron mis canciones
en los silencios ignotos,
y dije entre sueños rotos:
“voy jugando a Rosalinda”,
y el dado en la noche linda
me devolvió mis corotos!…
LUIS ALFREDO RAPOZO
luisrapozo@yahoo.es
@luisrapozo
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