¿Quién puede aspirar
a un posible entente?
Sin duda, estas primeras sesiones eran un espectáculo muy esperado: ver por primera vez en mucho tiempo a los dos osos polares diciéndose cara a cara lo que decían a solas, entusiasma. La cosa funciona a su manera. Ello, a pesar de los acostumbrados atropellos gubernamentales, que se suman a la minoría electoral mayoritaria en curules, el reglamento ad hoc, los golpes a la inmunidad: unas barras monocolores, sicarios armados en el recinto, una sola planta televisiva gubernamental en acción para que no se vean primeros planos de oficialistas durmientes o comedores de tostones.
Oímos a Izarra decir, un minuto después de hablar de la canalla mediática, que el Presidente había fijado ya sus dos grandes principios para una nueva convivencia política: la ética del discurso y el respeto del otro. Poco más o menos lo contrario de lo que él perpetra cotidianamente.
Semejante paradoja puede servir para saber del lado farsesco de la puesta en escena. Si diálogo quiere decir intercambiar opiniones para acercarse a la verdad o, al menos, a algún tipo de acuerdo; pues sería candoroso pensar que hay una síntesis posible entre el 80% de los conciudadanos cubiertos por un eficaz servicio médico, según la ministro, y la devastación de todo el sistema de salud pública, galenos incluidos, que reclama la oposición, por ejemplo.
¿Quién puede aspirar a un posible entente, sobre todo en el período preelectoral más caliente que hemos vivido y después de doce años de vérselas con “enemigos”, apátridas o comunistas? No obstante, no todo es negativo.
Los diálogos de sordos al fin y al cabo son diálogos. Por lo pronto se deteriora el monólogo de Chacu y aunque la línea de Miraflores reine, oírla por otros cantantes refresca. Luego, el decirle al ministro de la Defensa, en vivo y en directo, verbigracia, que por allí andan unos oficiales cubanos haciendo de las suyas en detrimento del honor de las Fuerzas Armadas endógenas es una buena catarsis.
Tampoco son nulas las posibilidades de hacer política para la oposición: denunciar ante un público de todos los colores no es cosa menor comunicacionalmente, pues ya no sé trata de convencer a los convencidos de “Aló ciudadano”. Igualmente se pueden proponer medidas que le sean muy dificultosas de negar a la fracción populachera de oficio. Y no es un efecto nimio el que los demócratas vean batallando a algunos certeros opositores, que los hay, después de tan prolongada exclusión. Hay también las talanqueras, que quién sabe. Y por último, la cercanía cotidiana produce lo suyo y a lo mejor el güisqui va a jugar un importante papel tras bambalinas.
No hay pues ni que pedirle peras a las matas de mango, pero tampoco olvidar que, a punta de un gran esfuerzo unitario, hemos logrado penetrar esa esfera de poder. Cosas veremos.
Por: Fernando Rodríguez
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