¿Qué hará ese Ejército
egipcio de hoy en adelante?
Mientras escribo estas líneas, viernes 11 de febrero poco antes del mediodía, cada vez más y más miles de ciudadanos egipcios, pacífica y democráticamente pero indignados por el decepcionante discurso de Hosni Mubarak el jueves por la noche, han vuelto a tomar las calles de El Cairo. Imposible predecir lo que sucederá. En estos momentos se rumora incluso que a pesar del contenido de este discurso, la misma noche del jueves se marchó de Egipto. Su pueblo, sin embargo, está resuelto a no dar un solo paso atrás en la difícil tarea de derrocar la autocracia corrupta y represiva del rais. Esta confrontación sin concesiones ha llegado hasta tal extremo que según Mohamed el Baradei, uno de los más destacados portavoces de la oposición a Mubarak, “Egipto está a punto de explotar”.
Mientras tanto, varias lecciones se desprenden ya de este terremoto que desde finales de diciembre, primero en Túnez, ahora en Egipto y mañana en Argelia, Jordania, Yemen o Arabia Saudita, agita el subsuelo africano y coloca la región en el centro de un proceso de cambios radicales de idéntica trascendencia al que generó en Europa Oriental la caída del Muro de Berlín. No se trata de especular si el futuro del Magreb y el Medio Oriente será una democracia al estilo turco, como proponen algunos dirigentes de la oposición egipcia, o si a estos pueblos les aguarda un futuro muy poco esperanzador. Lo que nadie discute es que el cambio del sistema es un trance inexorable.
La primera de estas lecciones estratégicas explica la fuga del dictador tunecino Zine el Abidine Ben Alí la noche del 14 de enero: el ímpetu de un pueblo movilizado por el ansia de libertad puede llegar a transformarse muy pronto en una avalancha popular incontenible. La segunda lección es que si una rebelión civil de esta naturaleza, sin necesidad de recurrir a la violencia, se mantiene viva a punta de firmeza y convicciones, no hay fuerza política o militar capaz de sofocarla, así haya más de 300 muertos en 2 semanas. La tercera lección es consecuencia natural de esta actitud. Si, en efecto, la solidez y la trabazón del empuje opositor no ceden ante la aplicación de las políticas represivas del régimen que sea, lo que más le conviene al dictador de turno es irse mientras tenga tiempo de hacerlo.
Por supuesto, a estos dictadores les queda la opción de enfrentar tercamente la resistencia de sus pueblos, como lamentablemente hace Mubarak, pero las maniobras que haga para apaciguar los ánimos de sus adversarios con los regalitos envenenados de concesiones falsas e insuficientes, tarde o temprano terminarán para el dictador de la peor manera posible. Como es probable que suceda ahora en Egipto.
La cuarta lección está aún por darse. ¿Cuándo se producirá el desenlace ineludible de este pulso del pueblo egipcio contra Mubarak? ¿Y cuál será su naturaleza? Todo indica que tras 18 días de rebelión civil, al cabo de los cuales Mubarak, empecinado, le ha cerrado las puertas a una eventual transición política tranquila, Egipto puede precipitarse en una indeseada espiral de violencia.
Ojalá que no. Como siempre, todo depende del comportamiento del Ejército, que hasta ahora ha preferido sostenerse en la ambigüedad del equilibrio inestable que significa respaldar al régimen y a la vez apoyar las demandas del pueblo.
¿Qué hará ese Ejército egipcio de hoy en adelante, a medida que aumente la intensidad y la rabia de las protestas? Esa es la clave del futuro inmediato de Egipto.
La quinta lección es de carácter ejemplar y de aplicación universal. Antes de que el pasado mes de diciembre estallara este vasto movimiento popular en el norte de África y en el Medio Oriente para enfrentar a los regímenes opresivos que padecen desde hace décadas, nadie podía haber previsto lo que está pasando ahora. En medio de la quietud al parecer inmutable del desierto, bastó el solitario sacrificio de un verdulero tunecino para incendiar las arenas africanas. No hizo falta la presencia de siniestras organizaciones subversivas ni perversas conspiraciones desestabilizadora puestas en marcha por algún imperio diabólico. Fue suficiente esa sola chispa para sacar de la resignación a los pueblos de la región. Lo demás lo ha hecho la unidad de todos tras un ideal único, la libertad.
Esta realidad la sintetizó la tarde del jueves el ex canciller egipcio Amr Musa con una precisión rigurosa: “Esta es una rebelión de la juventud y de las clases medias.
No está ligada a ninguna religión.
Cristianos y musulmanes estamos juntos en la plaza Tahrir”.
Esperemos que así siga siendo.
Por: ARMANDO DURÁN
Política | Opinión
EL NACIONAL
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