En playas de Margarita se oía hablar
italiano, alemán, inglés y francés
La primera vez que visité Margarita fue a principios de los años setenta, todavía no había sido decretado el puerto libre, era una isla verde, casi virgen, su vialidad constaba de sinuosas carreteras que cruzaban pueblitos donde los vecinos se sentaban todas las tardes en sus portales a conversar (costumbre que sobrevive).
Yo era una chamita cuando hice con mi familia el típico recorrido aún vigente en la isla: visitamos la iglesia de la Virgen del Valle, oímos a los niños de la bahía de Juan Griego recitar la historia del Fortín de La Galera, comimos ostras en La Restinga y empanadas de cazón por doquier.
No había ferrys, viajamos en avión y nos alojamos en el hotel Bella Vista, en Porlamar, el mejor del estado Nueva Esparta.
No se aspiraba a competir con la vecina isla de Aruba, que entonces contaba con tres hoteles-casino que el turismo venezolano de dólar a 4,30 parecía preferir.
En la década de los noventa, ya con buenas autopistas, Margarita fue descubierta por el turismo internacional gracias a sus espectaculares playas a precio de bolívar devaluado.
Al aeropuerto Santiago Mariño llegaban vuelos diarios de varias partes del mundo.
En playas como El Yaque, Parguito y El Agua se oía hablar italiano, alemán, inglés y francés. Hubo quien se quejaba de que los tolderos ignoraban a los turistas nacionales porque querían las propinas en dólares; también se decía que los turistas extranjeros eran pichirrones, renuentes a salirse del presupuesto de su paquete vacacional.
La isla se llenó de posadas y hoteles; además de las tiendas que proliferaron en Porlamar y Juan Griego desde los años setenta, se abrieron centros comerciales, y restaurantes que iban desde el sabroso tarantín a la orilla del mar que ofrecía pescado fresco con tostones, hasta cocinas vasca, italiana y francesa.
En ese auge turístico fue construido el hotel Tamarindo en una ladera a un lado de la carretera de playa Guacuco, con 130 habitaciones, suites, restaurantes, piscina, paisajismo y una vista excepcional. Este hotel fue muy cotizado durante los primeros años en que funcionó, pero eventualmente quebró y a partir de 2004 es propiedad de Fogade.
En el año 2011 Margarita casi no es visitada por el turismo internacional, recientemente un autobús con turistas argentinos fue atracado en Porlamar, ¿qué turismo sobrevive la inseguridad? Tampoco queda mucho del espíritu de la zona franca, las tiendas margariteñas dejaron de ser una ganga, se consiguen licor y exquisiteces libres de impuesto pero los bodegones están cortos de mercancía.
Olvídense del queso de bola holandés.
Sin embargo, para el turismo nacional no hay mejor destino que la isla de Margarita; con sus virtudes y defectos, sigue siendo un lugar tan privilegiado que algunos caraqueños lo llaman su plan B: si emigraran de Caracas sólo se irían a Margarita.
Muchos ya lo han hecho, aunque no sea el paraíso de antaño: los margariteños se lamentan de que ahora hay tráfico y de que los navegaos no sólo importaron la inseguridad sino el estrés.
Del hotel Tamarindo queda la vegetación y una estructura ahora llena de grafitis; lo fueron desvalijando, llevándose el aluminio, arrancando las ventanas.
Al pasar frente a este elefante blanco, monumento a la desidia, cómo no preguntarse ante el actual drama de damnificados, invasiones y expropiaciones: ¿cuánto costaría recuperar Tamarindo hoy y cuánto habría costado en 2004, cuando pasó a manos del Estado?
Por: ADRIANA VILLANUEVA
adrianavillanuevag@gmail.com
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