Presa en el sentido de los cazadores
Y, más precisamente, la que cae en la trampa que desgarra una parte de su cuerpo y la deja viva quién sabe por cuánto tiempo.
En la ocasión la presa tiene ojos azules claros, infantiles, sorprendidos, bellos. En un instante perdió sus oficios y su libertad de moverse por la selva nacional y ahora su cuerpo le duele, se deteriora visiblemente.
Donde la encierran no hay sol, ni espacio, ni vecindad, ni afectos.
Hay hienas que la acechan. Y su útero sangra, sus senos están tumorados, su corazón pierde el ritmo y la angustia le come la boca del estómago. Ahí está su presa presidente, bien cuidada por su carcelera, la fiscala de voz filosa y mirada reseca.
En la Venezuela de hoy hay muchas almas en pena. Presos entrampados. Se necesitan muchos editoriales para hacer la lista. Pero pocas cosas hay más conmovedoras y que desafíen nuestra dignidad como el caso de quien hablamos, la jueza Afiuni. Acaso porque es mujer, porque es tímida e introvertida, porque ni siquiera oímos sus quejidos, porque es tan sádico su calvario.
Porque ningún chacal ha encontrado una mácula en su carrera y la decisión que tomó e hizo caer las furias sobre su cabeza es absolutamente adaptada a la ley.
Y, sobre todo, porque es tan atroz la acusación que se le hace: creo que ésta quedará en la historia de la delincuencia judicial por mucho tiempo, la de un soborno sin dinero, tan irracional como un asesinato sin muerto; y la impúdica y flagrante intervención inapelable del presidente trasvertido en juez, su porque me da la gana. ¿Duerme usted señor presidente?, le preguntaría Caupolicán Ovalles.
Todas las voces imaginables se han levantado en el país y en el mundo abogando porque se detenga esa venganza sin nombre, hasta la ONU. El costo político que está pagando el régimen es alto, no sólo por el deterioro de su imagen sino porque posiblemente está construyendo un mito, una mártir que va a perseguirlo por mucho tiempo. Por eso uno se pregunta de dónde sale esa saña sin límites, qué la engendra y la sostiene. Al fin y al cabo el caso que dio lugar a la implacable persecución, sea cual fuese su dilemático contenido y su resolución razonable, no era sino uno más en este reino de la cleptocracia, la piñata financiera y el desmoronamiento de la moral pública, por tanto incapaz de motivar esa dosis de odio ni siquiera la casa por cárcel y la voluntad de afrontar esos costos políticos. ¿Nos va a contar, presidente, qué es lo que pasa en sus entrañas para llegar a tal ensañamiento? Es un deber de todos, junto a tantos deberes que tenemos, no cejar un instante en defender esa dama.
Poco cabe esperar de la magnanimidad gubernamental, ni aun en el caso de las feministas ahora propensas al burka. Es nuestra tarea.
Por: FERNANDO RODRÍQUEZ