En las pasadas elecciones se
evidenció la mayoría opositora
En las elecciones parlamentarias de septiembre, Hugo Chávez sufrió una derrota significativa. Esta vez no le bastaron el imperio mediático, los abusos de poder, los atropellos judiciales, las groseras maniobras del Consejo Nacional Electoral rojo rojito. Contra viento y marea, el sector democrático del país obtuvo casi 52% de los votos populares. No obstante, cabe preguntarse si esta victoria de la oposición tiene efectos reales en el proceso político venezolano.
La primera impresión que se tuvo el 26 de septiembre fue de duda. La oposición era ahora mayoría, pero esta novedad resultaba inaceptable para la personalidad absolutista de Chávez. De ahí sus primeras y furiosas reacciones contra sus adversarios.
Lo mismo había ocurrido en 2007, cuando la victoria del No en el referéndum le impidió reformar la Constitución para llevar a Venezuela hacia el socialismo a la cubana. Aquella tormentosa noche de diciembre, Chávez descalificó la votación en su contra como “una victoria de mierda”, y procedió de inmediato a adelantar, por la vía de poderes especiales, su proyecto socialista, como si la consulta electoral hubiera favorecido sus pretensiones más radicales. Igual pasa ahora. Su derrota del 26 de septiembre lo indujo a poner en marcha múltiples acciones encaminadas a desconocer en la práctica la victoria de la oposición, un abierto menosprecio al valor irrevocable del voto. Las consecuencias de esta reacción están a la vista.
Habiendo ganado, la oposición ha vuelto a perder.
Algunos datos. La reconfiguración de los circuitos electorales hizo posible que los candidatos opositores, a pesar de haber aventajado a los del chavismo con más de 260.000 votos, sólo consiguieron 65 de los 165 escaños parlamentarios. A la par de esta grosería electoral, desde todo punto de vista antidemocrática, Chávez le ordenó a la moribunda mayoría calificada del PSUV en la Asamblea Nacional aprobar, antes de la instalación de la nueva Asamblea, en primer lugar, un paquete de leyes que de una vez por todas sentaran las bases marxistas-leninistas de Venezuela; en segundo lugar, una Ley Habilitante que despoja a la Asamblea de su facultad de legislar hasta mediados de 2012; y por último, una reforma del Reglamento Interior y de Debates, para limitar aún más el poder y hasta la presencia física de la oposición en la Asamblea.
Para que nadie dudara de cuál había sido el resultado fáctico de la jornada electoral del 26 de septiembre, Chávez llegó a la desmesura de anunciar que la bancada del PSUV iba a triturar a los diputados de la oposición y el nuevo presidente del Poder Legislativo completó la monstruosidad de este plan operativo anunciando a su vez que en el seno de la Asamblea iban a tratar a los diputados de la oposición a “carajazos”.
Sin embargo, el 15 de enero, Chávez volvió a disfrazarse de gobernante democrático, reconoció que todos somos hijos de Venezuela y convocó una vez más a la oposición al diálogo y el entendimiento, porque aquí, óiganlo bien, ya no hay enemigos sino adversarios políticos.
Incluso se comprometió a renunciar a los poderes que le otorgaba la Habilitante a partir del próximo mes de mayo, un año antes de su vencimiento. Demasiado bonito para ser verdad. Hasta los venezolanos más ingenuos reconocen ahora la crueldad de la burla presidencial, simple finta para no enturbiar el falso clima de cordialidad que según Chávez debía reinar esa mañana en el Capitolio Nacional y confundir así a la comunidad internacional sobre los verdaderos objetivos de su proyecto.
El disimulo, sin embargo, apenas duró cinco días. El 20 de enero las aguas de la revolución de nuevo se tornaron turbulentas. De renunciar a la Habilitante, olvídense compadres.
¿Respecto a la propiedad privada? ¡Por Dios, a quién se le puede ocurrir semejante disparate! Lo cierto es que, desde ese día, Chávez ni siquiera se molesta en disimular su ambición de conquistar cuanto antes las escarpadas cimas del poder total.
Con razón o sin ella, su amenaza telefónica al presidente del Banco Provincial, transmitida en cadena de radio y televisión el miércoles pasado, ilustra el talante con que pretende gobernar a Venezuela.
En el marco de esta cruda realidad, vale la pena hacerse otra pregunta: ¿No habrá llegado la hora de plantearnos abrir otros caminos, democráticos por supuesto, pero paralelos y distintos de la vana ilusión electoral, para recuperar de veras la democracia perdida? Yo creo que sí, y mucho. Debatir sobre el tema y tomar decisiones firmes. Lo demás equivaldría a seguir creyendo en la solución de los pajaritos preñados. Es decir, en la nada.
Por: ARMANDO DURÁN
Política | Opinión
EL NACIONAL
Comments are closed.