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FREDDY LEPAGE: La caída del dictador

Miami, Florida: Ex-pte, Marcos Pérez Jiménez tiene una sonrisa de labios apretados, está rodeado de la seguridad de EEUU a la espera para abordar un avión y regresar a Venezuela.

Aquí y ahora…

 

El militar había hecho elecciones trucadas que de nada le sirvieron para mantenerse en el poder.

Tuvo que dar un golpe de Estado (apoyado, sin condiciones, por la cúpula del ejército) y ordenó invertir los resultados que le eran adversos. Así, asumió la “presidencia provisional” del país. Posteriormente se hizo elegir presidente constitucional de la República, por una Asamblea Constituyente hecha a su medida. Luego de varios años el Congreso Nacional aprobó un acuerdo fijando la fecha de los comicios a los fines de ratificar al autócrata.

Transcurrido un tiempo se despejaron las dudas: “la consulta se haría por medio de un plebiscito”.

El déspota se ufanaba señalando que “eso sí era democracia participativa, directa”. El sufragio se haría con un sobre con dos tarjetas: una azul (voto afirmativo) y otra roja (voto negativo).

Sin embargo, cuando se conocieron las intenciones del dictador, los estudiantes de la universidad se declararon en huelga e iniciaron acciones violentas, acompañadas de manifestaciones ciudadanas. La policía política allanó el instituto académico y arrestó a muchos alumnos y profesores.

Siguieron las protestas a la salida de fábricas y paros en liceos de la ciudad. No obstante esta efervescencia, el ambiente general reflejaba apatía, conformismo, indiferencia. Se celebró la votación y el tirano, como era de suponer, fue reelecto. Ante ese cuadro la resignación se transfiguró en conformismo. Reinaba la certeza de que todo seguiría igual. Los políticos exiliados pensaban que la permanencia del dictador sería para rato… No había nada que hacer, pues la construcción de obras públicas era sorprendente y las fuerzas armadas, arrogantes, mandaban y disfrutaban del poder a sus anchas; lucían -desde afuera- monolíticas, alrededor del gran jefe. Estaban satisfechas.

Disfrutaban, sin cortapisas, del festín.

La procesión iba por dentro… El último día de diciembre (la noche de los festejos de fin de año) estalló un movimiento militar dirigido por un teniente coronel. Esa madrugada, aviones de la fuerza aérea ametrallaron el Palacio Presidencial. El soldado anunció el control de la situación y la rendición de los sublevados. Todo parecía haber terminado. La rebelión castrense había fracasado, pero el régimen había quedado herido de muerte… El sacudón despertó la conciencia ciudadana del letargo en que se encontraba. La acción de los conjurados fue valorada como un acto de vergüenza y dignidad nacionales.

El dictador, en represalia, ordenó la detención de numerosos jóvenes oficiales simpatizantes con los insurrectos. Los muchachos reaparecieron. Los principales jerarcas oficialistas pusieron pies en polvorosa.

Prosiguió la encarcelación de miembros de las fuerzas armadas. El dictador hacía esfuerzos supremos por mantener su gobierno. Pero ya la suerte estaba echada…La gente, enfurecida, salió a las calles a manifestar su rechazo, a demandar libertades democráticas. Surgió otra asonada y el gobernante a la fuerza reorganiza de nuevo el Gabinete, asume el ministerio de la Defensa. Ese mes de enero ocurre la huelga de la prensa.

La ciudad se despertó sin periódicos, lo que desencadenó un paro general. Se establece el toque de queda. Fracturada su base de sustentación militar, al filo del amanecer, el dictador huye del país. El pueblo, al unísono, grita alborozado ¡cayó Pérez Jiménez! ¡Viva la democracia!


Por: FREDDY LEPAGE
freddylepage@cantv.net
Política | Opinión
EL NACIONAL

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