Geopolítica, geoeconomía, ecopolítica
La geopolítica, rama de la geografía, ha ido evolucionando desde su concepción original que determinaba la influencia determinante del medio ambiente en la política de una nación (características geográficas, recursos económicos, fuerzas sociales y culturales), hasta la concepción determinista del estudio del medio físico en el condicionamiento de las actividades humanas o su visión como política a través del espacio como geopoder entendido como desarrollo histórico del conocimiento geográfico vinculado con el poder del Estado y sus necesidades de gobernar o como una simple especialidad del poder que transgrede las fronteras internacionales, siendo el ejemplo más claro de esta la llamada determinación del “espacio vital” (todo el territorio que un país necesita para lograr la autosuficiencia y que fue concepción prevaleciente en la Alemania nazi).
Hoy estamos frente a una situación que ataca las bases mismas de la concepción de geopolítica. Crisis del Estado-nación, tímido asomo de competencias supranacionales en la construcción de los espacios continentales, globalización acelerada. Ya el espacio está cada vez menos determinado por fronteras, el comercio prevalece sobre la guerra, la distribución del territorio es suplantado por la distribución del tiempo. Posiblemente sea el concepto de ecopolítica el que sustituya a la vieja concepción geopolítica. Como han asomado numerosos autores podría argumentarse que el espacio ya no existe, se ha convertido en una simple función de la velocidad.
Podría hablarse también de geoeconomía, que sería el análisis de las preocupaciones por la seguridad económica interna. No puede, obviamente, seguir considerándose el espacio territorial como la fuente del poder geopolítico. Ahora hablamos de corrientes electrónicas, de virtualidad, de una geografía que es un flujo de imágenes digitales. Pero como insistimos siempre, estamos en un mundo en transición y lo que se ha denominado geoestrategia, como una rama de la geopolítica, es menester seguir considerándola. Aún no se puede obviar, en este mundo de nuevo concepto de guerra, de superación de las fronteras, el análisis de los asuntos militares relacionados con factores geográficos, pero se hace necesario ir más allá, mirar los puntos conflictivos del planeta y considerar la geoestrategia como toda organización racional de acciones para alcanzar un fin con el menor esfuerzo posible y con el menor riesgo.
El cambio del mundo es evidente. Tenemos ahora un mercado global y circuitos globales de producción e, incluso, una nueva lógica del poder. El decline del Estado-nación se hace obvio, y con él el de la soberanía tal como se entendió durante el siglo XX. Estamos ahora envueltos en una movilidad total donde no existe un centro territorial de poder aunque los antiguos imperios conserven, de manera clara, buena parte de su antigua influencia determinante. Los viejos conceptos de primer, segundo y tercer mundo parecen desfasados. Ahora hay nuevos regímenes de diferenciación, de territorialización (el espacio global) y hasta de reterritoralización. La era del imperialismo ha terminado, pueden mantenerse influencias derivadas –cada vez menos del poder militar- del poder económico o de la educación o de las inversiones en investigación científica, pero hablar de mundo unipolar es un absurdo, como tal vez lo sea hacerlo de mundo multipolar, cuando en verdad lo que se asoma es un mundo apolar. Se asoma una nueva formación jurídica rodeada de gran heterogeneidad, lo cual implica una adaptación que excluye la vieja noción de imperio.
Las organizaciones internacionales siguen siendo eso, una herencia de las concepciones de postguerra en un período de transición hacia las nuevas forma globales. Siguen basadas sobre la interacción de la soberanía de los Estados lo que se traduce en una ineficacia obvia. Están inmersas en un proceso de transición desde una concepción definida por convenios y tratados hacia uno basado en un orden supranacional.
Ello implica cambios profundos en las viejas acepciones de soberanía. No apunta a un colapso inminente, más bien a una transferencia gradual, pero irreversible. Ese conjunto que podríamos denominar nuevo-soberano aparece ahora como un conjunto desordenado de organizaciones representativas. Están allí los Estados-nación, las organizaciones continentales como la Unión Europea, las ONGs y organizaciones internacionales de todo tipo (monetarios, de salud, económicos, educacionales, etc.). Encarnan el orden dentro del desorden de la vida jurídica y política a estas alturas de la segunda década del siglo XXI.
Entre los Estados-nación, el más poderoso Estados Unidos. Luego los Estados-nación organizados en diversos grupos y con poder suficiente para controlar los instrumentos monetarios globales primarios. Luego los países llamados emergentes, entre los cuales los llamados del BRIC. Los países sin poder de decisión o influencia en el contexto del nuevo juego. Las corporaciones capitalistas transnacionales. Las ONGs que ejercen influencia de todo tipo, desde cultural hasta la distribución de alimentos o de asistencia sanitaria. En fin, todo un conjunto de participantes en el interregno del viejo concepto internacional hacia el nuevo concepto global.
Estamos inmersos en una red de comunicación en la cual las relaciones se establecen de todos los lados hacia todos los lados. En una paradoja, sin embargo: está abierta y está cerrada. Todos estamos inmersos en ella, pero hay actores que la controlan. La vieja concepción del poder vertical parece trastocado por una concepción horizontal del mismo. Mientras caen las viejas instituciones del control (escuela, familia, trabajo, etc.) mientras nace otra que se corresponde con lo que hemos llamado la producción de subjetividad con nuevos modos y por actores múltiples.
Geopolítica, geoeconomía, ecopolítica
El mundo no es ahora como era, podría iniciar Perogrullo, asegurando que Europa no es el centro dominante del mundo. Tampoco lo es los Estados Unidos. Eurocentrismo o euroamericanismo, países del centro y de la periferia, localización de varios mundos, todo al cesto de lo pasado. Este es un mundo híbrido donde la transmisión del conocimiento ya no es monopolio de nadie y donde los centros de poder se diluyen.
La geopolítica de competencia entre los grandes poderes, o aspirantes a serlo, en sus pretensiones de controlar territorios o de ocupar posiciones geográficas claves, ya no existe. Llegó a transformarse en ideología y orientaba el pensamiento de los líderes. Lo vimos hasta el final de la II Guerra Mundial. La guerra fría traslado el enfrentamiento a otro plano, al de un enfrentamiento también ideológico, pero muy diverso, aunque el elemento contralor geopolítico estaba presente todavía, pues había que controlar fuentes de energía. Es posible que sus últimas manifestaciones debamos asociarlas a George W. Bush.
La geoeconomía nació aparentemente como una subdivisión de la geopolítica y se le atribuye al norteamericano Edward Luttwak y al francés Pascal Lorot. Es la especificación del estudio sobre el espacio, el tiempo y la política de los recursos y economías. Procura describir la nueva rivalidad entre los Estados. Introducirse en los mercados sustituye los desembarcos de tropas y armamentos.
Hay nuevas formas de poder, por encima de las fronteras están las redes, unas que no responden a la definición clásica de “guerra” dado que competencia y colaboración pueden ir juntas. Aparece la noción de seguridad económica donde se torna fundamental el dominio del flujo de información porque ello condiciona la hazaña económica y la defensa del empleo. Ahora lo que legitima al poder es la posibilidad de transmitir un mensaje de un punto a otro (Jacqueline Russ) para gestionar así el desorden (todo poder lo hace).
Geopolítica como dimensión geográfica de la política exterior o geoeconomía como nueva rama o como sustituta, lo cierto es que los académicos se ensartan en una discusión que no nos interesa. Lo cierto es que del escenario desapareció la concepción de que el poder de un Estado se encontraba estrechamente relacionado con los recursos físicos, económicos, ambientales y geográficos. No obstante hay autores nostálgicos que vuelven sobre la concepción de la geopolítica y otros como Tuathail Gearóid (At the end of Geopolitcs?) o los que hablan de nueva geopolítica, con interesantes aportes, como el francés Ives Lacoste (Géopolitique. La longue histoire d’aujourd’hui y De la Géopolitique aux Paysages. Dictionnaire de la Géographie) , o que simplemente se centran en calificar a la geoeconomía como una tercera rama de la geopolítica, como John O’Loughlin (Diccionario de geopolítica). Podemos sí afirmar que se devaluó la importancia del espacio territorial en la toma de decisiones políticas.
Una de las claves de una mirada desde la geoeconomía es que los países occidentales dicen sí a los capitales extranjeros pero no a sus emigrantes y que la dominación occidental sobre el mundo ha entrado en un prolongado declive. Los capitales árabes y asiáticos se entremezclan en las empresas europeas y norteamericanas, mientras el BRIC logra protagonismo.
Además, entra en escena le ecopolítica, con variantes filosóficas y de praxis administrativa. Allí encontramos los conflictos entre el hombre y la naturaleza, que podemos resumir diciendo que rompe con el esquema de jerarquía y dominación del hombre y de fin en sí misma de la naturaleza para plantear la necesidad de una sociedad política en armonía con el entorno. Es obvia la crisis ambiental, lo que ha tenido manifestación expresa en la formación de numerosos partidos políticos denominados “verdes”. Si bien la expresión ecopolítica podría remitirnos a algún autor del siglo XIX es a finales del XX y comienzos del XXI cuando es dotada de un corpus firme y holístico que se integra con lo social.
Por: Teódulo López Meléndez
teodulolopezm@yahoo.com
@TeoduloLopezM
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