“Hoy es tiempo de los ofendidos…”
Me pregunto, mientras veo a mis dos nietas una adolescente y otra de 3 años y a mis dos nietos uno de seis años y otro de 7 meses que, con sus juegos sin reglas tiranas, me recuerdan a mí misma cuando era niña o adolescente- ¿Cómo es posible que este gobierno siga queriendo imponer a los venezolanos y venezolanas un sistema socialista-comunista que se basa, porque no tiene recursos inteligentes, en el engaño más burdo, más torpe e incapaz “en la animalada” –diría mi papá-, en el “madrugón”, para expropiarnos lo último que poseemos: los servicios básicos que nos convierten en ciudadanos modernos.
¿Cómo es posible que hayamos olvidado tan rápido, tan sin dolor, tan sin sentimiento de culpa, toda la degradación social, moral y política por la que ha pasado el país en estos casi 12 años de gobierno revolucionario y que socialista-comunista, y permitamos que el hambre, el desempleo, el desabastecimiento, la corrupción, el aumento de los productos de la canasta básica y la pobreza siga siendo el correctivo que el patrón usa para callarnos los puños y maniatarnos los ojos?
Me resulta duro ver cómo miles de trabajadores del sector público, miles de estudiantes universitarios, miles de educadores, miles de médicos, miles de militares, miles de profesionales de todas las áreas del saber y algunas ONG (que se lucran, muy bien, de las necesidades del pueblo administrando su pobreza) se hacen los sordos útiles en la lucha contra todos estos aumentos, como si no supieran que todos los asalariados (y los pobres no asalariados) saldrán perjudicados; como si no supieran que son “los ofendidos”.
¿Será, acaso, que en algún momento de la vida nos convencieron que “a mayor calamidad, mayor venezolanidad”? ¿Cuándo fue que llegamos a creer que se es más venezolano o venezolana a medida en que uno se parece más al “coronel que no tenía quién le escribiera”?
¿Será posible que, a estas alturas de la miseria, todavía creamos que la clase política dominante es una especie de Ebenezer Scrooge -tal como lo propuso, en su delirio utópico extremo, Dickens- que quiere fundar, en nuestro beneficio, un “país más justo”?
Estoy convencida, que lo que define a los y las venezolanas, en particular -y a los latinoamericanos, en general- son los tipos de gobierno que tienen, pues, de alguna forma que puede resultar tenebrosa, son esos gobiernos los que definen la conciencia política, los valores, las creencias, la historia. Parece cruel, pero, así es, sobre todo en los períodos electorales que siempre buscan estrenar nuevas formas de manipulación de la necesidad, como aquella que quiere convencernos que la solución a la corrupción, explotación y represión de las ilusiones está en las Leyes aprobadas en tiempo record por los rojos rojitos antes del pasado 31 de diciembre de 2010 y otorgarle 18 meses de una Ley Habilitante al Presidente para que sea él quien legisle y no la Asamblea Nacional..
¡Qué voluntad!
En realidad, lo que pretenden hacernos creer es que lo malo del actual régimen político son las reglas del juego, y no el juego mismo, para evitar que nos broten fusiles y banderas en el alma.
Ello me ha llevado, no sin cicatrices pavorosas ni sorpresas desagradables, a cuestionar mi propia inteligencia, mi valor social y a comprender que la realidad no se nos presenta originariamente bajo la forma de un hecho de intuición, de análisis y de fácil comprensión teórico-política, cuya antítesis orgánica es, por razones de aislamiento cognitivo, el sujeto abstracto que cree existir fuera del mundo y aislado de él, y, por eso, se le presenta como el espacio social ajeno en que ejerce su actividad práctico-sensorial, y sobre cuya base surge la intuición práctica inmediata de la realidad, que es su forma de adaptarse al contexto.
¿Cuál fue el conjuro que nos hizo perder la inteligencia y la dignidad a los venezolanos (as)?
¿Cuál fue el juego, de cuando niños o niñas, que nos hizo ser lo que hoy somos? A lo mejor, el juego “a la víbora, a la víbora de la mar”, lo confundimos con: “que se frieguen los últimos” y, por eso, permitimos que la pobreza consuma nuestro pueblo, o que las leyes encarcelen a inocentes como los diputados no juramentados y el encarcelamiento de la jueza Afiuni porque discrepan del gobierno y dejen en libertad a quienes roban millones.
Pero, ¿Será mejor ser tonto para que la realidad no duela tanto? ¿Será esa la mejor estrategia para ignorar una realidad dura que los tontitos de traje superficial cambian -desde el monopolio implacable del cristal amarillo, que quiere ser la Caverna de Platón- por una irrealidad que nos es presentada en las noticias? Yo, Zenair, al igual que muchos de mis lectores, no acepto ese destino, pero, lamentablemente, he de reconocer que son muchos, que son demasiados, los que sí lo aceptan, para parafrasear, de alguna forma, a Facundo Cabral. Sin embargo, está aun la esperanza, la fe, la expectación, podemos aprender de nuevo a ser buenos, a ser inteligentes, perspicaces, y lo único que necesitamos para ello es saber: que “hoy es el tiempo de los ofendidos”.
Por: Zenair Brito Caballero
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