Carlos Andrés Pérez fue el presidente
de la nacionalización del petróleo
Este sólo hecho le otorga un puesto de máxima significación en la historia de Venezuela. Durante medio siglo los venezolanos fueron conscientes de que el manejo de esa inmensa riqueza por parte de unas pocas empresas transnacionales no les permitía enrumbar el país por un camino que pudiera satisfacer las grandes aspiraciones populares. Como dijera Rómulo Betancourt, “prácticamente la totalidad de la economía venezolana (…) giraba alrededor del pivote petrolero”. Por ello, agregaría en su gran obra Venezuela, política y petróleo: “El desiderátum para Venezuela y la aspiración ultima de todos los venezolanos sería la nacionalización de petróleo”. A CAP le correspondió ejecutarla y esto compromete el agradecimiento histórico de todo ciudadano de este país de buena voluntad.
Es cierto que el presidente Pérez no nacionalizó él solo la industria de los hidrocarburos, pues se trataba de la culminación de unas políticas que Acción Democrática había propuesto y ejecutado desde la década de los cuarenta y de que con ellas se expresaba un gran anhelo popular, compartido por la mayoría de las otras fuerzas políticas. Pero también es verdad que él las ejecutó y lo hizo muy bien. Al punto de que la ley que propuso fue aprobada por unanimidad por un Congreso plural y democrático en el que estaban representadas todas las ideologías que se puede imaginar. Además, el proceso se realizó de manera pacífica y sin los traumas nacionales o internacionales que muchos habían previsto. El primero de enero de 1976, cuando el Gobierno de Venezuela se hizo cargo de la industria, fue un día de júbilo nacional comparable al 23 de Enero de 1958.
Se habían cumplido dos de las máximas aspiraciones de las generaciones nacidas durante el siglo XX: la democracia y el control nacional de los recursos naturales. Los mayores habían iniciado la lucha y le tocó a CAP y a sus compañeros de generación llevarla a feliz término.
Tan importante como lo anterior, y más fácil de atribuir personalmente a CAP, fue el hecho de que se supo manejar y administrar la empresa petrolera de manera admirable y sin intervención de intereses políticos subalternos.
Pérez nombró a dos venezolanos excepcionales, sin militancia política, para dirigir ese proceso: Valentín Hernández Acosta y Rafael Alfonso Ravard. El primero, ministro de Minas e Hidrocarburos, y el segundo, presidente de Petróleos de Venezuela, la empresa creada para supervisar la industria nacionalizada. Se mantuvo en sus cargos a todos los empleados y gerentes técnicos venezolanos, quienes asumieron el manejo de las operaciones. Pdvsa fue durante lo que restaba del siglo una empresa estatal modelo, capaz de administrar una industria de alta complejidad tecnológica.
Con motivo del fallecimiento de CAP, el pasado mes de diciembre, cuando se evoca su figura los avatares de su lucha política de más de medio siglo y los paralelismos con la triste situación que ahora vivimos han tendido a desdibujar la importancia del hecho fundamental de la nacionalización del petróleo. Pero esa decisión, que la publicidad oficial llamó con razón en su época “la independencia económica”, es uno de los hitos históricos más importantes que han marcado la vida de nuestra república.
A los personajes históricos no se les debe juzgar con criterios de fogón de cocina. Ante el dicho, sobre Napoleón, de que “nadie es héroe para su ayuda de cámara”, el filósofo Hegel reaccionó afirmando: “No porque no sea héroe, sino porque este último es eso: ayuda de cámara”. De manera que resultan impertinentes los comentaristas que con actitud perdonavidas afirman que Pérez “tuvo sus aciertos y sus fallas”. Claro que los tuvo. Pero cuando se trata de evaluar a una figura de su magnitud no son los dimes y diretes los que importan, sino su significación para la evolución del país. La nacionalización de la industria y su manejo, así como el empeño de Pérez en defender las instituciones democráticas en Venezuela y América Latina, son suficientes para dejar en un segundo plano las debilidades que pudiera tener y los errores que, con razón o sin ella, le atribuyen los opinadores de oficio.
Con su desaparición, CAP ya no es ese personaje avasallador e impulsivo que conocimos, sino una figura histórica decisiva en la formación del país que somos y, más importante aún, del que queremos ser. Nos dejó su impronta.
Quiso y creyó encarnar los sueños de un pueblo que piensa, con razón, que sus aspiraciones no han sido todavía satisfechas. Por eso sólo queda decir, más allá de todo el anecdotario sobre “el Gocho”, “Paz a sus restos”, pues fue un venezolano de excepción.
Por: EDUARDO MAYOBRE
emayobre@hotmail.com
Política | Opinión
EL NACIONAL
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