¿Quién dijo que viajar es fácil…?
Quienes ven la situación del país color de rosa se jactan de que en 2010 los vuelos de diciembre Caracas-Miami estaban agotados desde agosto, señal de que la situación económica en Venezuela es esplendorosa.
Otros opinan lo contrario: que esto se debe a que el número de vuelos a Estados Unidos ha sido drásticamente reducido; por ejemplo, si hace algunos años salían vuelos diarios a Nueva York de varias aerolíneas, hoy sólo American Airlines tiene dos vuelos semanales; quienes quieran llegar a Nueva York deben hacerlo vía Miami o Atlanta. Lo mismo pasa con otras ciudades. En temporada alta hay que planificar cualquier viaje con meses de antelación hasta para destinos nacionales como la isla de Margarita.
El 20 de diciembre en el bullicioso terminal nacional de Maiquetía, a pesar del gentío que se agolpaba nervioso en la puerta que daba acceso al avión de Laser, mi esposo tranquilizaba a la familia mostrándonos las tarjetas de embarque: “No se preocupen que compré los pasajes en septiembre, tenemos asignados cinco puestos de la fila 8, nadie nos los va a quitar”.
“Qué optimismo”, pensé viendo a decenas de vacacionistas blandiendo sus tarjetas de embarque mientras el orondo padre de familia, con la confianza de la planificación temprana, resolvía un sudoku como si la angustia de quedarse varado en Maiquetía no fuera con él.
Yo no estaba tan confiada, llegamos a las 10:30 am al aeropuerto y el vuelo de Laser a Margarita que salía a esa hora se anunciaba con retraso en la pantalla.
La cola para chequear las maletas fue lenta porque tenían prioridad los del vuelo de las 12:30 pm, hora en que salió el avión de las 10:30. “Hoy va a ser un día largo”, presentí mientras la familia compartía una pizza dentro del terminal aéreo; imaginé que no llegaríamos a Guacuco antes del anochecer.
El optimista de la pareja por fin se dio cuenta de que tener las tarjetas de embarque no equivale a montarse en el avión cuando el personal de tierra de Laser anunció que una aeronave más grande despegaría a las 4:30 y que así se unirían los dos vuelos pendientes a Margarita. Todos los pasajeros del de las 12:30 se irían en ese avión, y cuantos cupieran del vuelo de la 1:30, y tendrían prioridad los pasajeros de la tercera edad y quienes viajaban con niños, características que describen a tres cuartas partes de los temporadistas navideños.
Tras abordar el avión los pasajeros del vuelo de las 12:30 de lo más civilizados, la puerta de embarque se volvió como el acceso a la última balsa del Titanic: señoras que jamás habrían confesado la edad esgrimían orgullosas su cédula, a una mamá con tres niños pequeños los demás pasajeros le cerraban inclementes el paso, un papá con un niño en los hombros era empujado por un manganzón que le gritaba indignado: “¡No te colees!”.
Quién sabe qué habría sido de nosotros de no ser porque nuestro chamo de 10 años de edad, ante el asombro de sus resignados-a-quedarse padres, se escabulló entre la multitud y entró en la manga de embarque cual pequeño polizón. Una aeromoza al darse cuenta de un muchachito solo gritó: “¿Dónde está la familia de este niño?”, y logramos ocupar los últimos puestos del avión. En el aeropuerto quedaron muchos pasajeros varados. Sabrá Dios qué habrá sido de ellos.
Ni soñar la fila 8, nos sentamos donde encontramos, viendo las verdes montañas de la costa quedarse atrás, suspiré aliviada: “¿Quién dijo que viajar es fácil?”.
Por: ADRIANA VILLANUEVA
adrianavillanuevag@gmail.com
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