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Thursday, November 21, 2024
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MARIANELLA SALAZAR: Ciudadano del cielo

ARTILLERÍA DE OFICIO

Nunca dejaron de asombrarme las ideas visionarias del arquitecto William Niño Araque, siempre descubriendo la belleza de la ciudad aunque nadara en el estercolero-; su fascinación por el Ávila, por el paisaje tropical que se sobreimpone, majestuoso, sea en Chulavista, Petare o Catia, Macuto, Tanaguarena o Los Caracas, lo hacía describir panorámicas hermosas que la mayoría de los ciudadanos no percibe ni imagina. Debido a mi formación periodística, lo primero que observo son espacios urbanos vandalizados por la barbarie que tomo por asalto plazas, edificaciones, monumentos, museos y aunque los cielos sean maravillosos, siempre hay una nube negra entorpeciéndolo todo para impedirnos el disfrute de la caraqueñidad. Mi resistencia hacia la ciudad convertida en parque temático revolucionario, por esas gigantografías de nuevos próceres bolivarianos, eslabones articulados de ideología que conducen a la tortuosa ruta del fascismo, sobre la accidentada topografía del 23 de Enero; imágenes plasmadas por muralistas endógenos sobre las laderas de los cerros que me dejaban absolutamente perpleja y, frente a las banderas de los tupamaros que marcan territorio en los superbloques diseñados por Carlos Raúl Villanueva, sentía que me azotaban las ráfagas. Bajo sus sombras estaba William Niño, siempre sonriente, sin reparar en la insólita y degradante realidad política, sino exaltando la genialidad de la gran obra arquitectónica de Villanueva, la bondad del clima y el privilegio de esa populosa parroquia al tener una de las vistas más hermosas sobre el Ávila. Sus palabras no eran gratuitas, cada una de sus afirmaciones fueron largamente meditadas, producto de una vida dedicada al goce de consagrase a aquello que amó: al trabajo irrefrenable y la investigación sobre la ciudad. Recorrer Caracas con William era un proceso de sensibilización, de adiestramiento, necesario para salir del ghetto en que se ha convertido Chacao y parte de Baruta, solo él lograba despojarme de las gríngolas que impedían comprender todo el lirismo contenido en sus prédicas urbanas y lograba interiorizarlo hasta transformarlo en una realidad exterior, con las inmensas potencialidades reveladas para entender la ciudad posible, la ciudad del futuro y el compromiso que tenemos para que puedan disfrutarla las próximas generaciones. Amar la ciudad por encima de todas las cosas y todas las causas era su misión, preservar su más grande tesoro, “el collar de esmeraldas”, como solía definir los parques y ciertos espacios sembrados de palmeras washintognias, que deseaba esparcir por toda la geografía capitalina. Andar con William Niño por el Distrito Capital y el estado Vargas era un rito colindante con el sacramento, alimento espiritual que compartió con amigos apasionados por la ciudad y su arquitectura. Después de un año enloquecedor, de una febril actividad en la Fundación de la Memoria Urbana, de sufrir la intolerancia e incomprensión de quienes -sin éxito- intentaron acabar con esa institución y exponerlo al escarnio público, este insigne caraqueño deja una serie de importantes publicaciones y reflexiones sobre las ciudades venezolanas y sobre su Caracas amada. Con el presentimiento de una muerte inminente, William Niño seleccionó ese día una oda fúnebre, escrita por Joan Sebastian Bach, interpretada por el Coro Monteverdi y dirigida por Sir John Eliot Gardiner para musicalizar el programa La ciudad deseada, que compartía los domingos con los arquitectos Federico Vegas y Marisabel Peña en la Emisora Cultural.

Una hermosa cantata en memoria de un verdadero ciudadano del cielo.


Por: MARIANELLA SALAZAR
msalazar@cantv.net
Política | Opinión
EL NACIONAL

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