Este es el testimonio de Yalibet Flores…
Una refugiada en la escuela Consuelo Nava Tovar, en El Cementerio, sector La Pedrera. He suprimido mis preguntas, que fueron muchas y cambiado algunas expresiones para abonar a la inteligibilidad del texto. Y he omitido las veces en que el diálogo fue interrumpido o entrecortado por las lágrimas de Yalibet, quien nació en Cumanacoa y tiene 29 años de edad, un marido y una única hija.
“A las 5:00 de la mañana suena la alarma del celular. Abro los ojos y los vuelvo a cerrar, bien apretados. Desde el piso donde duermo he echado un vistazo alrededor y visto dónde estoy. Es como si al despertar empezara la pesadilla. He dormido en una colchoneta tan finita que parece un sánduche cuando se aplasta dentro de la cartera. Al lado está mi esposo. Y del otro lado, tan cerca como él, está un hombre a quien no conocía antes de llegar al refugio. Me muevo rápido para no quedarme allí, pensando y poniéndome mal.
Me duele todo el cuerpo. Sobre todo las costillas, que deben estar apachurradas después de pasar tantas noches en el suelo.
“En cada salón de clases hay hasta 12 familias. En el aula donde yo estoy hay 8 familias. No somos tantas porque tienen muchos niños. Como puedo, salgo del salón. Somos 16 adultos y el resto, niños. Camino en puntas de pie, procurando no pisar a nadie, pero no queda un centímetro libre dónde pisar. Tengo prisa para llegar al baño antes de que se forme una cola. El colegio tiene 5 pisos. En los pisos 1 y 2 hay baños, en los otros, no.
La sala de baño tenía 4 medios baños, que se redujeron a 3, porque quitaron una poceta y un lavamanos para poner regaderas. Ahora tenemos 2 regaderas para las 158 personas albergadas en el refugio. Los primeros días no nos pudimos bañar. Era terrible. Quiero ir a mi trabajo. Salir de ahí. Respirar una atmósfera que no esté tan cargada con la respiración de tanta gente y, perdóneme, pero también los `vientos’ que suelta la gente durante la noche. Hay niños especiales durmiendo en el piso, y que no reciben atención apropiada.
“A las 5:00 de la mañana se puede entrar al baño directamente. La cola y las peleas empiezan poco después de las 6:00. Me cepillo los dientes. Cojo mi cartera y me voy.
Me bañaré en la noche cuando vuelva.
Paso el día en mi trabajo.
Limpio casas. Regreso al refugio a eso de las 7:00 de la noche. Y entonces comienza la brega por la comida. Nos dan diablito para el desayuno y atún para el almuerzo y la cena. Los encargados del refugio se quedan con lo mejor que mandan desde los centros de acopio. Ni siquiera se esconden para ingresar el pollo y la carne que llega. A nosotros nos dan los enlatados y en la noche, después de las 10:30 (cuando cierran las puertas del refugio para hacer cumplir el horario: hay que estar allí entre las 10:00 de la noche y las 5:00 de la mañana), ellos van a la cocina, en la planta baja.
“Y entonces comienzan a subir esos olores a carne asada, a chuleta, que nos hacen babear a nosotros, que estamos en los pisos de arriba, echados en la colchoneta y muertos de hambre.
“Nadie se atreve a decir nada, porque cualquier comentario es respondido con amenazas.
María Gabriela es amable, pero hay un tipo, llamado Jesús, que siempre anda de mal humor. Todo el tiempo está diciendo: `Al que se resbale, al que no colabore, al que no limpie, al que ande hablando pendejadas, le levanto un expediente, lo saco de aquí y lo mando a los refugios malos”.
Porque los hay. En la Consuelo Nava Tovar no ha pasado nada horrible, pero todo el tiempo viene alguien a contar, en voz baja, que en tal parte murió un niño, que han violado a mujeres y menores, que se pelean a carajazos por la comida y los donativos, que cuando alguien se aleja de su colchoneta le roban las cositas…
“Yo llego y, con la ropa que tengo, me acuesto. No puedo ponerme un chorcito cortico porque el vecino está pegado ahí. Por supuesto, nadie tiene relaciones en el refugio. Uno lo que hace es echar broma y decirse cosas, pero besarse y meterse mano, no. Esto es un tema de conversación en el refugio, claro que sí. Hasta yo digo: coño, cuándo será el día que voy a comer carne… Mi marido se ríe y dice: hay que aguantar las ganas.
La señora Benilde, mi otra vecina en el suelo, llora por las noches. Yo lloro también, pero en la oscuridad le digo: `Cálmese, señora, después de la tempestad viene la calma”.
Por: MILAGROS SOCORRO
msocorro@el-nacional.com
Comments are closed.