Cadáveres políticos de 2011
Hosni Mubarak tiene 81 años de edad y ha sido presidente de Egipto desde 1981.
Fidel Castro ha cumplido 85 y durante medio siglo ejerció el poder supremo de Cuba. A sus 83 años, el rey de Tailandia, Bhumibol Adulyadej, es el jefe de Estado más longevo: comenzó en 1946. Abdalá ibn Abdulaziz, el rey de Arabia Saudita, ya sobrepasa los 86 años. El “Líder Supremo” que también se hace llamar “el Querido Líder”, va a cumplir 70 años y es, en realidad, el cruel tirano de Corea del Norte: Kim Jong-il.
Los cinco están muy enfermos, y es probable que alguno muera en 2011. Pero aunque ello no suceda, su debilidad física se traduce en una debilidad política que obligará a sus países a pasar por complicados e impredecibles cambios en la estructura de poder. Las convulsiones políticas provocadas por estas transiciones trascenderán las fronteras de estos cinco países. Egipto es un jugador fundamental en el mundo árabe y la influencia cubana en América Latina es conocida.
Lo que sucede en Arabia Saudita determina lo que usted paga por la gasolina, y un conflicto armado entre las dos Coreas tendría efectos inmediatos sobre la economía mundial. El precario equilibrio político de Tailandia podría fácilmente saltar en pedazos con el fallecimiento de su rey, y el eventual desbordamiento de las tensiones hacia sus vecinos desestabilizaría el Sureste asiático. A pesar de las inmensas diferencias de todo tipo, es sorprendente descubrir cuán similares son estos cinco países en cuanto a los procesos de sucesión de sus actuales líderes.
Todo queda en familia. Fidel le ha dejado el poder a su hermano Raúl. Kim Jong-il ha designado como sucesor a su hijo de 26 años, Kim Jong-un, quien acaba de ser ascendido a general de cuatro estrellas. Por ley hay que referirse a él como “Brillante Camarada”. Hosni Mubarak está haciendo lo posible para que su hijo Gamal asuma el poder. Si George H. Bush y George W. Bush fueron presidentes, se preguntan los Kim o los Mubarak, ¿por qué nosotros no? En el caso de los reyes la sucesión familiar es más obvia. Y también más complicada. El rey Abdalá designó como heredero a su hermanastro, el príncipe Sultán bin Abdulaziz. El problema es que el delfín también es octogenario. Y ha sufrido, o aún sufre, de cáncer. Allí las decisiones sucesorias se toman en un complicado y secreto proceso de negociación entre las diferentes facciones de la familia real saudita. Lo mismo ocurre en Tailandia. El hijo del rey, el príncipe Maha Vajiralongkorn (57 años) es el heredero natural. Pero mientras que su padre es venerado, el príncipe es temido e impopular. Su controvertida vida amorosa, su adoración por Fu-Fu, su perro poodle que tiene rango militar, y los constantes rumores sobre sus malas amistades contrastan con la admiración hacia su hermana, la princesa Sirindhorn.
Uno de los escenarios posibles es que, en el lecho de muerte, el rey pueda saltarse a su hijo y designar a la princesa o a uno de sus nietos. En todo caso, lo último que necesita la atribulada Tailandia es que a las violentas confrontaciones políticas en la calle se le sumen confrontaciones en el palacio real.
Hijos, hermanos y… generales. Otro denominador común en estos cinco países es el papel determinante que desempeñan las fuerzas armadas en la selección del sucesor del líder actual. Todos estos gobiernos dependen de los militares para mantenerse en el poder.
En Egipto, la falta de experiencia castrense del hijo del Presidente y sus promesas de reformas económicas y políticas no le han granjeado simpatías entre los generales. Raúl Castro no solo es el hermano de Fidel, sino que durante décadas estuvo al frente de las fuerzas armadas.
En Arabia Saudita, los príncipes que controlan el estamento militar son los mejor situados para la sucesión, o al menos tienen una influencia en el proceso de selección. En Corea del Norte, lo más probable es que quien gobierne, una vez desaparecido el “Querido Líder”, no sea su hijo el “Brillante Camarada”, sino una junta militar. En Tailandia, los generales tienen una larga tradición de golpes y de intervención en asuntos de Estado.
La muerte del rey exacerbaría estas propensiones.
La edad no perdona. “No hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista”, reza el viejo dicho. Los autócratas que buscan extender su mandato más allá de su muerte, dejando en el poder a su hijo o a su hermano, violan este precepto y tratan de que haya males que duren más de cien años. En algunos casos lo lograrán. En otros, el cuerpo (es decir, la sociedad) no lo aguantará. Ya lo veremos en 2011.
Feliz año. Regreso en enero.
Por: MOISÉS NAÍM
mnaim@elpais.es
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