Merito suyo fue el proceso de la descentralización y la elección directa
por voto popular de alcaldes y gobernadores.
CAP un personaje controversial
Mientras el país siga siendo el botín de los caudillos militares y civiles con su respectiva clientela de menesterosos, el desarrollo de la institucionalidad seguirá demostrando ese déficit que parece condenarnos a lo pintoresco y precario
Nunca sentí especial simpatía por Carlos Andrés Pérez, con todo y el hecho, que durante su primer gobierno (1974-1979) Venezuela vivió una prosperidad económica pocas veces vista en los anales de la historia republicana. Hubo un momento en que se pensó de verdad que la “Venezuela Saudita” estaba en condiciones de dar el salto histórico hacia el desarrollo y la modernidad, aunque todo haya acabado en un espejismo.
CAP, fue percibido como un líder carismático portador de una energía inusual; un político inescrupuloso ávido de figuración y poder. Sus detractores le envilecieron acusándole como el gran enterrador de la democracia representativa y el padre de la corrupción en el país. Su imagen pública logró hundirse más aún luego de su segunda presidencia en donde intenta imponer (1989-1993) algunas reformas de corte liberal tratando de aminorar las tremendas y onerosas cargas del Estado.
El llamado Caracazo del año 1989 da comienzo a una profundización de la crisis de la democracia y la irrupción de las logias militares con acompañamiento civil que culminan con los dos intentos de golpe de estado en el año 1992, ambos fallidos. Su “muerte política” ocurre en el año 1993 cuando la Corte Suprema de Justicia le condena por malversación de fondos públicos y fraude a la nación apartándole de la Presidencia, un hecho inédito en nuestra historia política.
Acabo de terminar de leer el más reciente trabajo de Agustín Blanco Muñoz: ¡Yo sigo Acusando! Habla CAP (2010) de su ya larga serie Testimonio Violentos, un trabajo éste de largo aliento fundamentado en la historia actual y realizado con encomiable profesionalismo.
En sus casi 700 páginas, CAP, de la mano de Blanco Muñoz, logra presentarnos su versión de los sucesos en los cuales ha sido protagonista, y además, nos ofrece, su manera de interpretar la política e historia del país. Lo primero que llama la atención, es la entereza de éste andino ante la adversidad y su compromiso entusiasta, yo diría que hasta juvenil, con el país a través del proyecto democrático. Obviamente que CAP se auto justifica y victimiza ante sus verdugos y adversarios políticos, aunque igualmente da demostraciones de gallardía en actuaciones controversiales que merecen ser contrastadas a la luz de sus consecuencias posteriores y al margen de la diatriba política del momento.
Para CAP la política venezolana es canibalesca y primitiva como una impronta heredada del caudillismo salvaje que nos legó la Independencia. Esta anti política se nutre de odios y rencores que no claudican, que carecen de generosidad y lo dañan todo. Naturalmente que el ex presidente testimonia desde la herida abierta que significó su salida abrupta del poder.
Mientras el país siga siendo el botín de los caudillos militares y civiles con su respectiva clientela de menesterosos, el desarrollo de la institucionalidad seguirá demostrando ese déficit que parece condenarnos a lo pintoresco y precario. Y ante esto, CAP al parecer, en su segundo mandato, tuvo plena conciencia e intentó la Reforma del Estado en un momento de crispación política extrema que no permitió la profundización de esas medidas. Merito suyo fue el proceso de la descentralización y la elección directa por voto popular de alcaldes y gobernadores. Una auténtica revolución política que procuró la democratización del poder.
Curiosamente CAP se nos presenta como el adalid de la institucionalidad al respetar el entramado legal y la autonomía de las instituciones que le condenaron y sacaron del poder. Y en esto sus acciones hablan por el mismo. Su actuación ante de los golpistas en 1992 fue valerosa y reivindicó una institucionalidad a la que se le quería vulnerar por la violencia. Por otro lado su testimonio nos permite recorrer la historia del país a lo largo del siglo XX con todas sus hazañas y miserias, y para esto CAP, no se exime de opinar desde su particular óptica e incontinencia verbal.
La historia es el recuerdo de quienes tienen la capacidad de imponer determinadas versiones de un pasado. Y ante un personaje tan controversial como lo fue CAP, las nuevas generaciones de venezolanos tenemos el deber de conocer sus ejecutorias, más allá de las deformaciones que le puedan exaltar o condenar. Libros como éste representan una invitación amable para dar inicio a ésta tarea.
DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LUZ
Ángel Rafael Lombardi Boscán
http://angelrafaellombardiboscan.wordpress.com
Sábado, 27 de noviembre de 2010