Matrimonio por las armas
1.-) Obviamente, no es civil. Tampoco eclesiástico. El del general Henry Rafael Silva, quien declara públicamente haber contraído matrimonio con el proyecto de socialismo del siglo XXI, es una figura nueva: un matrimonio militar.
Se trata, además, así lo dice en la entrevista que publicó Últimas Noticias el pasado martes 8, de una ceremonia colectiva. Porque, como las monjas con Jesucristo, toda la institución castrense, dice, ha participado de esta boda múltiple con Hugo Chávez y su proyecto político. En consecuencia, yéndose al núcleo de la cuestión, advierte que a los “uniformados” (así se autodenomina) no les quedará otra alternativa que desconocer el hipotético, sugiere triunfo de la oposición en las elecciones presidenciales del año 2012 para impedir que alguien diferente de Hugo Chávez ocupe el solio presidencial, que en este momento sólo el teniente coronel de 1992 merece.
2.-) Debe ser muy incómodo jugar dominó con Rangel Silva. Por sus palabras, se infiere que es uno de esos jugadores que cuando lleva la mano perdida y los contendores se acercan a los 100 puntos, saca su pistola, la pone sobre la mesa y pregunta, amenazadoramente, como quien no quiere la cosa: “¿Entonces, quién va ganando?”. Y el que lleva la cuenta, con sustico notable, invierte las columnas de Nosotros-Ellos, y con palabras atontadas responde: “Ustedes, mi general… Y por paliza”.
3.-) Que Rangel Silva anuncie así, con la naturalidad de quien dice: “Buenas tardes”, que si el PSUV pierde las elecciones habrá un golpe de Estado; que un semana después el hombre ande libre por la calle y siga en su alto cargo en las Fuerza Armada sin averiguación alguna; que la Asamblea Nacional no haya interpelado aún al ministro de la Defensa, y que el Presidente de la República no haya salido a desmentir al bocón, es la evidencia mayor de que no estamos ante un desliz ni un desplante personal, sino ante el desarrollo de una estrategia que cuenta con el aval de la cúpula castrense que nos gobierna junto con su cohorte civil. Es cierto que Rangel Silva tiene razones personales de sobra para tratar de impedir que un gobierno diferente del rojo se instale en Venezuela. Sobre su cabeza flota la maldición Noriega, el síndrome de susto propio de quienes, como él, están en la lista de militares venezolanos investigados por la justicia estadounidense por lavado de dólares, tráfico de armas y cooperación con el terrorismo. Pero Rangel es un hombre de confianza, un incondicional probado, un primer anillo de la logia que no da un paso sin aprobación de arriba. Se trata de algo más que un asunto personal.
4.-) La película sigue. El general Rangel sueña con diciembre de 2012. Llega al Consejo Nacional Electoral en traje de campaña. Entra como Pedro por su casa. Se acerca a la sala de conteo. Saca la pistola. La coloca sobre la mesa donde están reunidos los rectores y pregunta: “¿Por cuánto, Lucena, dicen que estamos ganando?”. Escucha la cifra y con aire de macho sobrado típico del cine nacional se retira mientras farfulla: “¡Nojoda! Revolución mata votos”. Desde el infierno, Pérez Jiménez lo mira mientras rememora con nostalgia aquella exitosa tarde de domingo de la Constituyente de 1952 y exclama: “¡Ese es mi muchacho!”.
5.-) Hay algo extraño en esta nueva jugada del generalato rojo. ¿Por qué se han saltado esta vez el principio aquel de la guerra avisada? ¿Con qué globo de ensayo juegan la nueva partida? Como en las vaqueras, la pistola en la mesa es una invitación para que los agraviados abandonen la mesa, se rindan o se ofusquen y saquen también las suyas Pero todos sabemos que esta no es una de vaqueros: es el destino nacional. Si los jugadores que van ganando caen en la trampa y sacan la pistola, los matones ganan. Si abandonan el juego, también. Lo único inteligente, por ahora, pareciera morderse los dientes, tener los ojos más abiertos que nunca, la ingenuidad definitivamente a un lado, la provocación pasada por alto y seguir en la mesa porque se sabe si no, piensen en la concertación que derrotó a Pinochet o en el desplome de Fujimori que en la vida real no siempre gana el que desenfunda primero. Ni las parejas que se comprometen hasta que la muerte los separe cumplen su promesa.
Por: TULIO HERNÁNDEZ
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