Tiempos de cambio
Hace tiempo que he estado tentado a escribirte. Me decido ahora cuando reincides en tu planteamiento de desbaratar las alcaldías y gobernaciones porque, según tu criterio, de lo contrario “no podrá avanzar el proceso”.
Éste es uno de los temas que quizás, algún día, podremos conversar en un espacio de serenidad y reflexión, sin los tremendismos verbales que se han convertido en léxico cotidiano de tu partido. Pero desde ya te adelanto que con tu planteamiento sólo contribuyes a reforzar lo que ya ha quedado al descubierto: que el centralismo a ultranza es la piedra angular de la política del Gobierno.
Tú y yo sabemos muy bien que no hay espacio en la Venezuela de hoy para una auténtica distribución del poder. No hay forma ni manera de que los consejos comunales e inclusive las comunas puedan actuar con autonomía real, mientras dependan de la cabuya que le suelten o le recorten desde Miraflores. Y es sumamente irresponsable echar a andar la tesis de que las gobernaciones y alcaldías son absolutamente prescindibles. Se trata, Aristóbulo, de instancias tan legítimas como la Presidencia de la República, nacidas de la voluntad popular.
También sabes que se volvió puro gamelote, y del bueno, el fulano Poder Popular. No existe. No va más allá del discurso político electoral o del apellido que ahora llevan los ministerios de siempre. No se traduce en más poder para la gente, para el ciudadano común, sino en un estatismo agobiante que se traduce en largas colas para comprar un pollo más barato, en un suplicio para ser atendido en los hospitales, para conseguir productos de primera necesidad o inclusive para retirar un cadáver de la morgue.
No estoy en contra de distribuir el poder entre la gente, pero eso que tú llamabas en La Causa R la “teoría del queso rallado” no tiene nada que ver con lo que está pasando en nuestro país.
Y si no lo recuerdas, decías que el poder era como un kilo de queso que debía ser rallado para que llegara a la mayor cantidad de personas. Pero resulta, Aristóbulo, que al desbaratar las gobernaciones y alcaldías, o al ahogarlas financieramente como viene ocurriendo, quien asume sus competencias es el Gobierno central, por intermedio de una burocracia cada vez más lenta pero a la vez más insaciable. El queso, por el contrario, ahora está más compacto que nunca.
Lo que ocurre, Aristóbulo, es que en el plan que tú compartes no hay espacio para la diversidad, y mira que eras parte de la que reivindicábamos en los minutos finales del puntofijismo cuando fuiste alcalde, cuando Andrés Velásquez ganó en Bolívar, Ramón Martínez en Sucre y Clemento Scotto en Caroní, por citar ejemplos muy familiares para ambos.
Y ésta es la motivación principal de las líneas que hoy te escribo. La Venezuela que se expresó el 26 de septiembre reclama cambios, reclama inclusión, rechaza el sectarismo, deplora el abuso de poder, la sujeción al pensamiento único y al líder infalible. Pero también reclama apego a la carta magna, ésa que está vigente, y que tú y yo, junto a otros venezolanos, redactamos luego de un proceso de debate inédito en nuestro país.
Insistir en acabar, destruir o desaparecer las gobernaciones y alcaldías sin modificar la Constitución es un golpe contra ella y una señal de desprecio a las claras señales que se derivan del resultado electoral. Y es un doble golpe cuando lo lanza quien fuera vicepresidente de la Asamblea Nacional Constituyente.
Tal vez la vida misma se encargue de que en un futuro, no muy lejano, admitas lo perjudicial que ha sido promover la concentración de poder en una sola persona y confundirla con el poder de todo un pueblo.
VLADIMIR VILLEGAS
Política | Opinión
EL NACIONAL